miércoles, 12 de junio de 2013

Elogio de José Antonio Ramos Sucre

Ulyses and the Sirens, por Herbert James Draper (1909)

La muerte de Ramos Sucre me ha sumido en auténtico dolor. Me acostumbré a quererlo desde el día en que, rompiendo las vallas de su carácter, en la codiciada soledad en que aspiró a vivir desde niño, me ofreció su amistad, toda ímpetu cordial, noble y señera, como el abolengo cumanés que decoraba su gentilicio. era de la familia del Mariscal de Ayacucho por su madre; de una raza de letrados por su padre. Y tuvo también entre sus antecesores quien cultivara la tierra, quien se apegara al surco roto por su esfuerzo, teñido de oro y violeta por el crepúsculo que caía sobre los tamarindos del Manzanares.
Su educación, según él mismo solía referirme, fue una protesta airada, viril y sostenida, contra los cambios intelectuales y sociales que se operaban en la recatada ciudad de su nacimiento. Detestó las cosas transitorias; buscó en el pasado las lecciones permanentes de energía, de amor o de belleza, que pudieran servir al alto concepto de justicia que jalonó su vida ciudadana.
Frente a la dulce y clara mansedumbre del mar en que se asienta la ciudad patricia, madre del Oriente, soñó con el brote de una nueva cultura que eslabonara con la de los antiguos señores del lugar. Por sugestión de sus penates, por anhelos remotos de un espíritu esencialmente aristocrático, una mañana remota vio correr la barca de Ulises sobre aquellas ondas rizadas, y siguió tras el lírico señuelo sin cuidarse de azares y perfidias. Fue así como se hizo, por propia voluntad, a esfuerzos que al fin quebrantaron sus nervios exasperados, el primer humanista con que contaba en el día nuestro país. No era afán de lucro el que guió sus pasos por esta senda fatal. Él sabía mejor que nadie que cuando una sociedad cambia de rumbo, no vale a detenerla en su pendiente el canto de las sirenas; que el ruido de las máquinas ahogará necesariamente el grave ritmo de La Ilíada y el sutil y melodioso de La Eneida; que Cecilio Acosta murió afectado por una mano infame. Y en esto estriba la avasalladora fuerza de su personalidad. Armonizó su vida con sus sueños; sembró en su propia entraña la simiente de sus ideales; huyó del tráfico vulgar, no del pueblo; al que amaba como reserva de intactas energías.
En la galería de bustos con que todo hombre de pensamiento ha soñado para adorno de una futura ágora venezolana, el suyo se destacará bajo un jazminero de las Indias, escondido en aromada penumbra, no lejos de José Luís Ramos, con quien tiene muchos puntos de contacto, muchos desgarrones de nubes iluminados por el resplandor de un hallazgo sutil en los predios de Horacio o de Virgilio.
Su obra literaria no estaba en proporción con la vastedad y hondura de sus conocimientos. Original dentro de nuestra literatura, su prosa se enlaza con los procedimientos de aquellos monjes de la Edad Media que en un latín renaciente escribían himnos y secuencias. Sus libros, nunca populares, son y serán deleite de artistas ávidos de la palabra exacta o del giro insuperable de la frase. De un simbolismo recóndito, los eruditos encontrarán en ellos una vena inagotable cuando busquen por sus páginas la huella de sangre de Shakespeare o la encendida y tétrica del Dante. Quizás entonces asome sobre el misterio de su vida, rota bruscamente por su mano, la faz adolorida de Cordelia, deponiendo sobre su tumba un ramo de ciprés, o la pura y luminosa Beatriz conduciéndolo por los círculos de la eterna claridad.

Caracas, 14 de junio de 1930
Luis Correa
José Antonio Ramos Sucre

El 13 de junio de 1930, días después de cumplir los 40 años de edad, se suicidó en Ginebra el bardo José Antonio Ramos Sucre. El sentido texto que acabamos de leer fue escrito por el poeta, ensayista, periodista y diplomático venezolano Luis Correa (1884-1940), cuando José Antonio Ramos Sucre tenía menos de 24 horas de muerte. Salió publicado en la revista Elite, Año V, N° 248. Posteriormente, Correa lo incluyó en su antología de ensayos Terra Patrum (mi copia de esta selección de ensayos es la de la Biblioteca Popular Venezolana, Caracas, 1961). Correa era, a la sazón, Director de la Imprenta Nacional y ya era un escritor consagrado y tenía una larga hoja de servicios en la Administración Pública venezolana, concluyendo como Director de Gabinete del Ministerio del Interior (1931). Es éste, tal vez, el primer homenaje recibido por Ramos Sucre después de muerto.

Mientras buscaba una ilustración para este artículo me encontré con una imagen de la tumba del poeta en Cumaná. Me dio tristeza verla en ese estado. Dudo que Cordelia pueda depositar sobre ella un ramo de ciprés.  Si visitamos la Primogénita podremos acercarnos a la casa natal de Ramos Sucre (N° 29 de la Calle Sucre, cerca de la Iglesia de Santa Inés).

Panteón de la familia Ramos Martínez en Cumaná.
Allí reposan los restos del poeta.
Foto tomada de la página José Antonio Ramos Sucre: selected works, en Facebook



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