domingo, 26 de mayo de 2013

De la ética estoica y el bien vivir

Antología de los primeros estoicos griegos
Portada
Ocasionalmente compro libros de autores clásicos del mundo antiguo para ir completando una sección de la biblioteca que he dado en llamar "el areópago". Allí hay de todo un poco, desde Apolodoro de Rodas hasta Virgilio; teatro, poesía, biografías, filosofía,  historia... Es una afición que despertó en la escuela, pero que sólo ahora, con el suficiente tiempo libre, he podido ir coleccionando. Claro, los libros no se coleccionan, sino que se leen. Tenía un profesor en la universidad que decía que sólo se tenían los libros que se habían leído... Hoy le doy la razón.

Pues bien, el martes en la tarde, a la hora del cierre, me acerqué a mi librería favorita. Como no quería salir con las manos vacías, me acerqué a la sección de clásicos y escogí un ejemplar de Antología de los primeros estoicos griegos (Akal, Madrid, 1991), edición de Martín Sevilla Rodríguez, profesor de Lingüística Indoeuropea de la Universidad de Oviedo. Lo compré porque el Areópago necesita enriquecerse con un poco de filosofía y porque me gustan los estoicos y su ética.

El editor nos señala:
La Stoa Antigua constituye uno de los sistemas más potentes del período helenístico, de lo que son prueba las posteriores y sucesivas etapas de la escuela en época antigua, así como la profunda influencia generada en el pensamiento filosófico posterior, principalmente ético; sin olvidar el "redescubrimiento" de la lógica estoica por parte de algunos autores de la Lógica moderna, llamada Lógica matemática. Esta Antología ofrece al lector interesado los textos más representativos de las tres secciones, Lógica, Física y Ética, en que los Estoicos organizaron su sistema filosófico. 
En efecto, muchos aspectos del concepto virtudes cívicas y republicanas de Occidente, así como los conceptos de buen gobierno y participación del ciudadano virtuoso en la vida política de la sociedad, proceden de las enseñanzas estoicas. Por eso, en vez de leerme el libro de principio a fin, recurrí a los últimos capítulos dedicados a la Ética. De allí entresaco algunos párrafos que considero actuales y nos dan idea del pensamiento estoico:
DIÓGENES LAERCIO, Vidas de filósofos, VII, 87-89:
Zenón, en su libro Sobre la naturaleza del hombre, fue el primero en establecer como fundamento el vivir conforme a la naturaleza, lo que es vivir según la virtud, pues la naturaleza nos lleva hacia ésta. E igualmente Cleantes en su libro Sobre el placer... Es igual vivir según la virtud que vivir según la experiencia de lo que es conforme a la naturaleza, como dice Crisipo en el libro primero de su obra Sobre los fundamentos. Pues nuestras naturalezas son parte de la naturaleza del Todo. Por esta razón el fundamento consiste en vivir conforme a la naturaleza, lo que es vivir según la naturaleza de uno mismo y la de todas las cosas, no haciendo nada de lo que acostumbra prohibir la ley común, que es la recta razón que recorre todas las cosas y es la misma para Zeus, guía para lo que atañe al gobierno de los seres. Y esto mismo es la virtud del hombre feliz y el flujo sin trabas de la vida, cuando todo se realiza de acuerdo con el daimon de cada uno y según el designio de quien gobierna el Todo. ... Crisipo entiende la naturaleza con la que es necesario vivir en conformidad como la naturaleza humana común e individual. Cleantes, en cambio, toma la naturaleza humana común solamente, y no la particular. La virtud es una disposición acordada y puede ser escogida por sí misma, no por algún temor o esperanza o por algo externo; en ella está la felicidad, en tanto que es el alma preparada para el acuerdo de toda la vida.
ESTOBEO, Selecciones, II, 7,5:
De las cosas que existen, dice Zenón, unas son buenas, otras malas y otras indiferentes. Buenas son la prudencia, la templanza, la justicia, el valor, y todo lo que es virtud o participa de la virtud; malas son la irreflexión, la intemperancia, la injusticia, la cobardía, y todo lo que es maldad o participa de la maldad; e indiferentes son la vida y la muerte, la buena y la mala reputación, el dolor y el placer, la riqueza y la pobreza, la enfermedad y la salud, y cosas parecidas a éstas. (...)
De los bienes, unos son virtudes, otros no. Por ejemplo, la inteligencia, la prudencia, el valor, son virtudes, pero la gracia, la alegría, el ánimo, la decisión y cosas semejantes no son virtudes. De las virtudes, unas son conocimientos y saberes de algo, otras no. Por ejemplo, la inteligencia, la prudencia, la justicia, el valor, son conocimientos y saberes de algo, pero la magnanimidad, el vigor y la fuerza no son conocimientos ni saberes de algo. Y análogamente, de los males, unos son defectos, otros no. Por ejemplo, la insensatez, la injusticia, la cobardía, la pequeñez y debilidad del alma, son defectos, pero la pena, el miedo y cosas semejantes no son defectos. De los defectos, unos son desconocimientos e inhabilidades de algo, otros no. Por ejemplo, la sensatez, la intemperancia, la injusticia, la cobardía son desconocimientos e inhabilidades de algo, pero la pequeñez y debilidad de alma  no son desconocimientos ni inhabilidades de algo.
Ojalá hubiese en la sociedad actual un número significativo de estoicos que se dedicaran a propagar la virtud; sin duda el mundo sería mejor. Ahora, ¿Cómo reconocer al virtuoso, al justo, al sabio?
DIÓGENES LAERCIO, Vidas de filósofos, VII, 119
Los buenos, los sabios, son parecidos a los dioses, pues tienen en sí mismos algo como divino; en cambio el malo, el no sabio, es ateo; pero hay dos clases de ateos; el contrario a los dioses y el que no hace caso alguno de ellos, y este último no  es precisamente el malo.
ESTOBEO, Selecciones, II, 7, 11m
El bueno, el sabio, que es sociable, hábil persuasivo y persigue en su trato la benevolencia y la amistad, es lo más armonioso que pueda darse para con la multitud de los hombres, y por esto es también amable, agradable, convincente, y aún astuto, certero, oportuno, ingenioso, llano, no rebuscado, sencillo y sincero; en cambio el malo, el no sabio, es culpable de todo lo contrario. Dicen los Estoicos que ironizar es propio de los no sabios, pues un hombre franco y sabio no ironiza; y lo mismo cabe decir de hacer sarcasmos, que es ironizar con burlas. Solamente admiten la amistad en los sabios, puesto que sólo en ellos se da concordia con respecto  a las cosas de la vida, y la concordia es un conocimiento de lo que es bueno para todos. La amistad auténtica, y no la de nombre falso, es imposible sin fidelidad y constancia; en los no sabios, que son infieles e inconstantes y les gustan las querellas, no existe la amistad y se dan otras relaciones y ataduras sometidas a necesidades y doctrinas ajenas. Dicen también que sentir afecto, consagrarse a algo y amar es propio de sabios solamente.
¿Y cuál es la utilidad práctica de esta filosofía? ¿Podrá aplicarse a la política? Al menos ya podemos distinguir al bueno del malo...
SÉNECA, Sobre el ocio, III, 2:
Dice Zenón: el sabio accederá a la política, si nada se lo impide.
SÉNECA, Sobre la serenidad del alma, I, 10:
De acuerdo con ellos, sigo resueltamente a Zenón, Cleantes y Crisipo: aunque ninguno de ellos accedió a la política, sin embargo, ninguno lo impidió.
PLUTARCO, Discursos I y II sobre la fortuna o la virtud de Alejandro Magno, I, 6:
La muy admirada República de Zenón, el fundador de la escuela estoica, tiende fundamentalmente a este único principio: que no vivamos en ciudades ni países separados unos de otros por leyes particulares, sino que consideremos a todos los hombres compatriotas y conciudadanos, y que haya un solo mundo y ordenamiento, como una multitud asociada y constituida con arreglo a una ley común. Esto escribió Zenón representándoselo como sueño o imagen de un buen ordenamiento y República para el filósofo.
Suena a utopía, pero en la vida real, y siguiendo esta Ética, podremos escoger un buen gobernante entre los justos, buenos o sabios, y no caer en manos de los no sabios. Para ello se requiere una sociedad virtuosa (y sabia). ¿Será posible?

Después de leer este libro corrí al Puente de la Av. Fuerzas Armadas, donde me esperaba Diógenes Laercio. Otro gran libro que incorporo al Areópago.

Zenón (335 - 263 a C

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