miércoles, 13 de marzo de 2013

A mi caballo

El Gran Ciudadano, Mariscal Juan Crisóstomo Falcón
1820- 1870

Nadie se imagina fácilmente a un militar salido del desierto de Paraguaná escribiendo versos, y mucho menos en plena reorganización del país. El Mariscal Juan Crisóstomo Falcón, el liberal vencedor de la Guerra Federal (1859-1863), fue tal hombre. Ayer jurungando entre los libros viejos de mi biblioteca me topé con El gran libro venezolano de literatura, ciencia y bellas artes (Editorial El Cojo, Caracas, 1895), publicado en ocasión del centenario del natalicio del Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre. Allí, para mi sorpresa, no había una proclama o un discurso de Falcón, sino un poema, que es a la vez un manifiesto de libertad...

A MI CABALLO

Ven, mi noble corcel, fiel compañero
En la ruda fatiga y los combates;
Tú, que al sonido del clarín guerrero, 
La crin erizas y la tierra bates:

Ven, que al estruendo de la opresora guerra,
ha sucedido bienhechora paz:
Ya no soporta la afligida tierra
Un vil tirano, un opresor audaz.

Y de las balas el fatal silbido,
que el aura lleva con siniestro espanto,
Sucede de las greyes el balido
Y del feliz pastor el tierno canto.

El campo que agostó la ardiente llama,
Hoy se cubre de flores y verdura;
Ven á pacer la fresca y verde grama
En la extendida y plácida llanura.

No temimos en ella al duro esclavo
Ni al hórrido estampido del cañón:
¿Cómo ahora tener al toro bravo
Cuando cabalgo en ti, noble bridón?

En la infinita pampa, en la pradera
Más rápidos que el viento abrasador
Caza demos al tigre, que es la fiera
Que infunde espanto al mísero pastor.

¿Qué le valdrán su fuerza no domada,
Ni de sus garras el agudo filo,
Si cual regio tapiz su piel manchada
Pondré a la puerta de mi hogar tranquilo?

Galopa, mi bridón, que allí reposa
La que amarguras ha sufrido tántas,
Y acaso de mi ausencia cuidadosa
Cree divisar el polvo que levantas

Corre, noble corcel; quiero la vida
Distante del bullicio y la ambición,
De la amistad sin alma, fementida,
que es muy leal mi ardiente corazón.

En paz tranquilo con mi tierna esposa
Despreciaré del déspota el furor,
Y de la envidia insana y tenebrosa,
El odio injusto y el tenaz rencor.

Mas si el déspota vil con férreo lazo
Nos quiere al carro uncir de su ambición,
Dios nueva fuerza prestará a mi brazo
Para vencer la bárbara opresión.

Y á la muerte, al combate volaremos,
apellidando guerra á los tiranos,
Y con sangre y dolor consagraremos
De la patria los fueros soberanos.

Que en el suelo inmortal de heroica gente,
No podrá dominar tirano impuro,
Mientras el sol alumbre nuestra frente
El sol del indomable Guaicaipuro.

Mas si permite el sér que al orbe alienta
Que alce aquí su pendón la tiranía,
Esta tierra de luz que nos sustenta, 
Reguemos con tu sangre y con la mía.

Vuela, corcel, que allá mi tierna esposa,
La que amarguras ha sufrido tántas,
Me espera de mi ausencia cuidadosa,
Y ya divisa el polvo que levantas.


Caricatura comtemporánea (La Charanga, noviembre de 1868)
Falcón y Guzmán bailando La Bamba en público
Tal y como lo señala don Juan Crisóstomo, él era enemigo de la las tiranías. Lejos estaba de adivinar que ese fenómeno sería recurrente en la historia política de Venezuela. Las tiranías regresaron el mismo día de su muerte, el 29 de abril de 1870, fecha en que entra triunfalmente en Caracas el General Antonio Guzmán Blanco, salido de las filas federalistas y con mucho apetito de poder.

El Gran Ciudadano no deseaba eternizarse en el poder, ni tenía otra ambición que vivir en la paz de su hogar disfrutando de los frutos del deber cumplido. A un mes de ser electo Presidente Provisional de la República, dictó el Decreto de Garantías y convocó a elecciones, resultando electo Presidente Constitucional; pero el odio a las intrigas le obligó a abandonar el mando en 1868. Su espíritu democrático no encajaba en esa Venezuela enguerrillada, y en cierto modo "vagabunda", lo que le valió un feo apodo entre liberales y conservadores. Sus restos reposan en el Panteón Nacional.

No hay comentarios:

Publicar un comentario