lunes, 11 de febrero de 2013

Tragedia en carnaval

¡A que no me conoces!...
Disfraz de "Negrita" a mediados del siglo pasado.
La novela Campeones (1939), de Guillermo Meneses, termina trágicamente en un carnaval sórdido de la Caracas de los años 30. No todo en ese momento eran los juegos de flores, confetti, perfumes y polvos de arroz propiciados entre las clases medias y altas por la dictadura gomecista y el gobierno democrático conservador de Eleazar López Contreras. A pesar de los esfuerzos por más de dos siglos del Estado y la Iglesia por frenar el desenfreno, este persistió en toda su barbarie hasta los años 60.

La foto que encabeza este artículo corresponde a un disfraz de "Negrita", que ocultaba el verdadero yo de quien lo portaba. En mi casa, donde el carnaval era mal visto, me advertían sobre lo que se ocultaba tras las máscaras... Muchas de las "negritas" -me decían-, eran hombres disfrazados de mujer. No sabía exactamente lo que era eso, pero recordaba el hermano de Manola, la gallega frutera, disfrazado de "Gitanilla de Triana"... ¡Qué feo lucía!

Alicia Freilich de Segal en el Prólogo crítico para la publicación de Cinco novelas de Guillermo Meneses por Monte Avila (Caracas, 1972), al referirse a Campeones, nos dice:
... Caracas suburbana se desviste en esta crónica como un enorme antro que posibilita el poder imaginario, la compraventa humana y la sistemática desintegración de las voluntades.
Carátula para una edición de bolsillo de
Campeones, por Monte Ávila Editores
Un pretendido combate decisivo no llegará jamás a su culminación. El engañoso triunfo del mendigo disfrazado de gran señor culmina en el más dramático fracaso. La supuesta redención del negro sólo se afirmará en el deporte, porque en su fanatismo, el público anónimo parece eliminar prejuicios de clase y raza, y la competencia misma encausa la agresividad, drena la denuncia y proporciona al competidor una sensación esporádica de libertad y dominio.
El carnaval caraqueño verifica otra modalidad de la farsa colectiva. Impetuoso de alcohol y travestismo, en funesta síntesis de rituales africanos y terapia grupal resentidos, compensa con su paródica fantasía, antiguas y retenidas frustraciones, huellas del hambre atávica. 
Recomiendo leer esta novela que comienza con unos muchachos ilusionados y llenos de esperanzas, y termina en tragedia degradante...:
Noche dominguera de Carnaval encendió focos de colores y brillo de lentejuelas por las calles caraqueñas. Jadeo, carcajadas, nervio oscuro, zumban y rezongan sobre la ciudad con aroma de aguardiente y perfume barato de polvos de arroz. Los papelillos multicolores, las delgadas serpentinas que, esta tarde, vivieron en la última roja luz del sol, forman ahora sucios montones de basura que encienden los chiquillos con las colillas de los cigarros. Ya se calentó en alcohol la caldera humana; ya está listo el deseo para el viaje a su propia hondura. Hay baile y música; risa y aguardiente; ímpetu y locura; odio y sexo. Y antifaz sobre todas las hambres.
Es en ese ambiente de desenfreno y abandono, donde Teodoro Guillén, el pitcher en decadencia, tratará de lavar la afrenta. Purita, su hermana, ha regresado a Luciano, su antiguo amante. De la casa del viejo Guillén las muchachas salían casadas "de velo y corona"... Luciano se la "había robado". Hay fiesta popular en El Silencio, por la esquina de Marcos Parra. Allí se presenta, acompañado de su padre, Teodoro, disfrazado de mujer, listo para vengarse:
... Teodoro había llegado, vestido de mujer y muy borracho.
-No me voy -dijo Luciano.
Había tomado varios tragos de ron y el calor alcohólico le hacía sentir coraje y rabia; por eso dijo "no me voy" y buscó entre las parejas quien podía ser Teodoro.
-¿Cómo es? ¿dónde está? -preguntó a Duzán.
-Ahí está, con vestido morado de terciopelo, bailando con otro hombre.
-¿Dónde está?
-Ahí. Míralo. Al lado del que está cobrando.
-Está desconocido. Parece pato.
Guillermo Meneses
Autor
Junto al cobrador, el corpachón robusto, marcado de músculos, metido en el brillo del terciopelo morado, formaba una extraña figura viciosa; Teodoro Guillén, alto, fuerte, viril, hacía muecas de hembra, movía las caderas borracho y su boca ancha de negro, pintada de un rojo escandaloso, forjaba mohines de besos mientras se apretaba el sombrero femenino sobre la pelambre espesa y fuerte.
-Está desconocido -repitió Luciano- ¿cuándo antes iba a ponerse así?
-Evita pendencia con él ¿oiste? Es hombre de mala intención.
Teodoro y su padre salen y buscan una navaja cacha blanca "tan grande que ningún policía la hubiera devuelto si se la descubre". Regresan al baile en Marcos Parra. ¿Qué pensará el viejo Guillén?
- Tienes que castigarlo.
-Si señor.
-Se ha burlado de nosotros.
-Si señor.
-A la Purita le voy a dar unos trancazos.
-Si señor
-¡Cará! Si no tuviera tan viejo no te hubiera buscado.
-¡Guá! Para eso estoy yo.
-¡No jó! Disfrazado de mujer.
-¡No juegue viejo! ¿Y usted qué se cree? Son diversiones de carnaval.
-No me gusta.
-Verá ahora si soy macho o no.
-¡Cará!Si yo no estuviera tan viejo...
Vista de El Silencio y zonas aledañas como lucía a la época de Campeones.
Al centro, en primer plano, el Teatro Municipal y el Hotel Majestic.
Al fondo a la izquierda, las escalinatas del Parque El Calvario.
Por allí están la esquina de Marcos Parra, donde se celebró el baile popular, y las calles del vicio
(...) El zambo Guillén, triste y desconcertado, contemplaba descontento la alegría del mabil y se acentuaba más en su pecho la ira que lo había llevado a buscar a Teodoro. Pensaba que, seguramente, el hijo vicioso no iba a tener valor, quizá él, viejo como estaba, tendría que hacerle frente a Luciano; y, cuando pensó esto, un algo frío le corrió por la espalda que le hizo meterse entre los que cerraban el mostrador y pedir un berro. Cuando terminó, ya Teodoro volvía sin que nadie se atreviera a decirle nada; el muchacho, serio bajo los coloretes, le devolvió la llave a Crucito y, haciendo señas al viejo, salió del mabil;...
Todo acaba en trifulca. Teodoro no puede herir a Luciano por la intervención de Duzán. Pura se va con Luciano "entre el desorden gritón que se ha formado".
(...) Por la calle enlunada ellos huyen junto a otras parejas que se desperdigan hacia las calles del vicio, huyen hacia su nido, mientras el ruido del baile popular se eleva nuevamente, como una llama, en el silencio de la madrugada.
¿Cuál fue su reacción?
-¡Pobre papá!-dice ella
-Si, buen pobrecito que quería que Teodoro me matara. Yo lo  ví señalándome con el dedo.
-Ténle lástima, negro. Por quererte es que...
-¿Por quererte? Yo también te quiero y él es un animal...
(...) -No seas bobo, mi amor. Tú sí que eres campeón. Campeón mío de todos los días.

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