jueves, 5 de julio de 2012

No hay que prejuzgar

Fedro fue un famoso fabulista de la la Roma augústea. Nacido en Piero, Tracia; o tal vez en la colonia romana de Philippi, como Esopo, fue esclavo. Por sus méritos Augusto le concede la libertad y le da medios para subsistir. Se ignora la fecha de su nacimiento, pero es posible que naciese a principios del siglo I de la era cristiana. Cayó en desgracia y fue perseguido por Seyano, durante el imperio de Tiberio por su versión de Las ranas pidiendo rey (muchas de sus fábulas eran adaptaciones de las de Esopo, como lo han hecho todos los fabulistas desde la antigüedad). Fallece durante el reinado de Claudio.

Las fábulas de Fedro son amargas y recogen todo el dolor de su alma vilipendiada y perseguida.
"A menudo mezcla y confunde la fábula con el cuento y con la anécdota, y se preocupa con exceso de las ideas generales y verdades abstractas, que constituyen el fondo de sus composiciones. En cambio, narra siempre con acierto, emplea con oportunidad el diálogo, sabe hacer replicar a sus personajes con brevedad y gracia, y nunca ofende nuestro gusto ni choca con nuestras ideas". (J. Repollés. Las mejores fábulas. Bruguera, Barcelona, 1973).
Entre las muchas fábulas de Fedro entresaco ésta, que es más una anécdota o un cuento. Debo confesar que me causó gracia la imagen del soldado corpulento y afeminado y la ocurrencia, muy latina por cierto, de Pompeyo al final de la historieta.




POMPEYO Y EL AFEMINADO

Entre las tropas del gran Pompeyo había un soldado muy corpulento, que hablaba afectadamente y caminaba de un modo lánguido, por lo que había adquirido justificada fama de afeminado.
Una noche, acechando los bagajes del general, el afeminado intentó robar a los mulos que iban cargados de ropas, oro y gran cantidad de plata. Al extenderse el rumor del delito, el soldado fue conducido ante el pretorio.
Entonces el gran Pompeyo le preguntó:
- ¿Eres tú, compañero de armas, el que se ha atrevido a robarme?
El soldado, al momento, escupió en su palma izquierda, y extendiendo la saliva con los dedos, dijo:
- ¡Así, oh emperador, se deshagan mis ojos si yo vi o toqué nada!
Entonces Pompeyo, de corazón sencillo, ordenó que arrojasen fuera esa deshonra del campamento, no pudiendo creer que anidase en él tanta astucia y falsedad.
Ocurrió a poco que, confiado en su fuerza, un bárbaro desafió uno por uno a los romanos, sin que ninguno se decidiera a enfrentarse al campeón.
Sólo el afeminado se presentó ante el tribunal del jefe supremo, que estaba reunido, y dijo con voz lánguida:
-¿Me dan permiso para combatir con el bárbaro?
Cn. Pompeyo Magno
Pero el gran Pompeyo, ante la gravedad del momento, mandó irritado que este hombre fuera expulsado. Entonces uno de los viejos amigos del jefe dijo:
- Creo que debe abandonarse a su suerte a este hombre afeminado, cuya pérdida no tendría importancia, antes de que, en caso de derrota, pudiera acusarte, ¡oh Pompeyo!, de temeridad.
Accedió el gran Pompeyo, y, con su permiso, el soldado avanzó hacia el enemigo. Y ante la admiración del ejército en pleno, con más celeridad que el rayo, cortó la cabeza  del bárbaro y volvió victorioso.
Entonces Pompeyo dijo:
- Te doy, soldado, la corona con gusto, por haber vindicado el honor de Roma; pero quieran mis ojos deshacerse así -añadió imitando el grosero juramento del soldado-, si no fuiste tú quien robaste los bagajes el otro día. (F. N.,8)
Es muy difícil conocer al hombre. 

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