lunes, 25 de junio de 2012

De un teatro haitiano


Presento ahora un fragmento del Tercer Cuadro del poema lírico Cléopâtre, del escritor haitiano Henry Durand. Fue representado en el Parisiana Théâtre de Puerto Príncipe a inicios de los años 20. El autor pinta la pasión ardiente de la reina de Egipto a través de versos exquisitos. Haití fue un país con una gran cultura literaria hasta el advenimiento del duvalierismo al poder, que acabó con todo.
En el Primer Cuadro, Cleopatra piensa en Marco Antonio, a quien ella no ha vuelto a ver en tres años; sufre de esa indiferencia y cree que la engaña con otra. Prepara una gran fiesta en honor de Calcidas, un encantador de serpientes venido desde Roma, cuya misión secreta es envenenarla. Como, por su estatura, el agente romano le recuerda a Antonio, ella busca olvidar en sus brazos al general triunfador. Será por ese medio que sorprenderá el secreto de este hombre taciturno.
En el Segundo Cuadro, una alegre flautista, Mirlitza, que ama a Calcidas, ha podido penetrar el misterio de la presencia en Alejandría del encantador de serpientes: el envenenamiento de Cleopatra. Si Mirlitza denuncia a Calcidas, éste será condenado a morir; si ella no lo denuncia, Cleopatra será envenenada.
En el Tercer Cuadro, Cleopatra llega a descubrir por ella misma la cruel verdad. Ordena la decapitación de Calcidas. Pero, de repente, llega un mensajero que informa a la reina de la próxima llegada de Antonio a Alejandría. Es tan grande la alegría de Cleopatra que firma, a instancias de Mirlitza, la gracia a Calcidas...

Cléopâtre (s’adressant à Chalcidas)
Si tu n’as point connu la douceur des caresses,
Si nulle âme jamais n’hébergea ta détresse,
Ne pansa ta blessure et calma tes douleurs ;
Si tes yeux n'ont jamais versé des divins pleurs ;
Si le front las, meurtri de doutes et de rêves,
Tu n’as sur ton chemin trouvé la douce trêve,
Un sein pour t’endormir, une voix pour bercer,
Ainsi qu’un frêle enfant, ton pauvre cœur blessé,
Tu n’as su jamais implorer un sourire ;
Si tes yeux au tréfonds d’une âme n’ont su lire,
Si tu n’as point connu la beauté d’un pardon ;
Si tu n’as murmuré, seul, à la brise un nom,
Si de l’oubli mortel tu n’as connu la angoisse,
Le long baiser de vie et le baiser qui froisse,
Si tu ne tremblas point au son cher d’une voix,
Si tu n’as renié tes croyances, ta foi,
Et porté pour toi seul une idole en ton âme,
Comment peux-tu juger de l’amour d’une femme ?
Comment peux-tu jurer de ne jamais aimer ?

Chalcidas (fortement ébranlé et essayant de la repousser)
Ah ! Tais-toi !

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