miércoles, 2 de mayo de 2012

Una taza de café

Don Andrés Bello en su estudio
en Santiago de Chile.
En esa misma mesa se habrá tomado su taza de café.
Inusitada alegría se reflejaba aquella noche en el rostro de Don Andrés Bello. Una onda de calor, tibia y fragante como en los días de su lejana juventud, aceleraba los latidos de su corazón, y por su frente, de ordinario pálida, sombreada por el dolor, pasaba una luz acariciadora. Hasta sus piernas rígidas, clavadas por el mal en muelle poltrona, parecían librarse de ataduras y dolencias.

Había recibido, junto con una carta de Antonio Leocadio Guzmán fechada en Lima, en la que éste le pedía su opinión sobre el Congreso Americano y la unión de los pueblos libertados por Simón Bolívar[i], varias muestras de café de Venezuela. Conmovedora ternura lo invadía al contacto del fino grano, en cuya entraña se escondía el aroma del valle risueño que un día de 1810 recibió, sin que él lo sospechara siquiera, desde las alturas de Campo Alegre, la última caricia de sus ojos[ii]. Y la emoción se tornó en impaciencia cuando entre los rótulos de las talegas vio escrito el nombre de El Helechal, hacienda que en tiempos felices fuera suya y de sus hermanos. Con gesto nervioso, al que acompañaba apenas su voz gastada, ordenó le prepararan una taza de aquel café, que tenía virtudes mágicas para su imaginación adormecida.

Cuando la criada entró a su despacho con la humeante bebida, el jurista eminente, árbitro de naciones, cuyos ademanes reposados revelaban la nobleza y la paz de espíritu, se hallaba sentado a su mesa de trabajo, de espaldas a su pesado armario en el que los libros se apretaban en hileras, y se preparaba a contestar las preguntas que le hacía su sagaz compatriota.

Café colado en mi casa
Colocada la cafetera y sus adminículos en la maciza mesa de roble, hizo el anciano un gesto a la criada, quien partió de puntillas, y solo, muy quedamente, como quien cierra las cortinas a un niño que duerme, vertió en la taza la aromosa tinta, y bebió, bebió, con leticia, trago a trago, hasta tocar los inciertos lindes del sueño, el breve minuto en que toda materialidad desaparece y el alma se desprende del cuerpo dejándonos sumidos en éxtasis inefable...

Soñaba el poeta con la querida malqueriente, con la Patria[iii]. Se veía joven, fuerte, pasear con sus  hermanos por los sombreados corredores y el ancho patio de El Helechal, en la fila de Mariches[iv]. A lo lejos, como una garza oscura en actitud de tender el vuelo, estaba Caracas, la ciudad de sus amores. ¡Caracas! Rojeaban sus techos a la luz del sol, entre bucares florecidos y verdinegros saucedales[v].

Tomaba luego el descenso por la cuesta amarillenta; vadeaba arroyos; saltaba por entre palizadas que festoneaban los cundeamores; dejaba atrás a Petare[vi], atalayado en viva roca, y aparecían los campos de Chacao[vii], fausto de la Colonia.

Allí, allí, y su índice señalaba la casona señorial[viii], de arquería tallada en berroqueña. Dábase una fiesta de arte, animada por la grave cortesanía de Martín Tovar[ix] y por la suavidad de gestos y palabras de Rosa Galindo, su mujer. Por el jardín a la francesa discurrían las parejas de enamorados, en tanto que la orquesta, dirigida por el maestro Juan Manuel Olivares, deshojaba lentamente las armonías de un paso de pavana. Primores de ejecución, engolada solemnidad de los caballeros, cuyas cabalgaduras les esperaban piafando, languidez de las bellezas morenas que encantaron al Conde de Ségur[x]. Callada la orquesta, Paula Sojo de Ustáriz[xi], negros los ojos, los cabellos cortos y rizados, tocaba al clavecino un minueto de Rameau, imprimiéndole un aire de criolla melancolía.[xii]

Manuel Cabré
El Ávila desde la Hacienda Blandín
Comenzaba la tarde a dorar las cimas del Ávila con oros de antañona casulla, olorosa a ranciedad y a verbena[xiii]. Con un grupo de caballeros, entre los cuales José Félix Ribas[xiv] descuella por su arrogancia varonil y Tomás Montilla[xv] por su alegría comunicativa, va Andrés Bello de vuelta a la ciudad. La charla es animada, nobles los propósitos, altivos y apasionados los conceptos.

Apenas si se fijan en el torreón de la hacienda de los Ibarra[xvi], empenachado de humo denso, y en la fila de chaguaramos, que agitan sus cimeras, como airones de solariega hidalguía.

Entre las nieblas del crepúsculo se arrebuja el palacio de los Capitanes Generales[xvii], en cuyo seno lleva Vasconcellos una vida de lujo y de placeres[xviii].

Vasconcellos ilustre, en cuyas manos
El gran monarca del imperio ibero
Las peligrosas riendas deposita
De una parte preciosa de sus pueblos…

Bello recita sus versos en elogio del gobernante que le brinda protección y afecto. Ribas habla de la partida de tresillo[xix] que va a jugar esa misma noche en la Sala Capitular; Montilla hace un chiste de buen gusto…

De pronto, se insinúa en una curva del camino,

La verde y apacible
Ribera del Anauco[xx].

Filis y Cloris, pero no en el Anauco.
Bucólico paisaje digno de Teócrito se desarrolla ante sus ojos humedecidos por las lágrimas. ¡Cuántos recuerdos evocados en un instante por el correr de esas aguas cristalinas! Sus primeros versos, sus primeros amores. Filis y Cloris trepan con ligereza por la montaña, se pierden, reaparecen, tornan a perderse hasta que sólo se mira sobre el cielo, el parpadeo de dos estrellas gemelas. No hay sendero, ni boscaje, ni piedra en esos fértiles parajes, desconocidos para el poeta. Sus cafetales le han visto errar, pensativa la frente, invocando a la Musa campesina para pedirle un ramo de flores con que cubrir la losa de su sepulcro.

Las finas bestias, echadas al trote por sus jinetes, levantan el polvo de la ciudad, y las caladas celosías se abren con cautela al paso de la cabalgata.

En Candelaria[xxi] suena el Angelus y súbito un coro de esquilones y campanas, partido de todos los puntos del horizonte, se concierta en un místico arrobamiento. Del fondo de un patio embalsamado por un jazminero de las Indias, se escapan, untadas con la miel de la femenina devoción las divinas palabras: El Ángel del Señor anunció a María…

Samán de la Trinidad hacia 1920
Hasta la Plaza Mayor[xxii], presos en el hechizo de la hora, no cambian los paseantes una sola frase. Al pie de la Torre[xxiii], frente a los portales descalabrados, se despiden con efusión. Pensando en la cena aderezada por su madre, que gustará al lado de sus buenas hermanas, una de las cuales, María de los Santos, los ha dejado hace poco por la paz de las Monjas Carmelitas[xxiv], y de los hermanos que hablan de empresas agrícolas, de la bondad de las cosechas y del próximo arribo a La Guaira de una corbeta que zarpará inmediatamente para La Coruña, con café y cacao de sus fundos. Andrés Bello endereza su caballo hacia el norte, pero antes de desmontarse en su casa de las Mercedes[xxv], galopa hasta el templo de la Trinidad propicio al esplendor de los Bolívares[xxvi], y contempla con cariño el samán plantado a orillas del Catuche[xxvii]. La vista de ese árbol le trae a la memoria la de aquel otro gigante de la selva, vestigio de otras edades, que en Güere se levanta con arrogancia, y en cuya copa sombría se enredan por las noches, como en la cabellera de una virgen aborigen, las lucecillas del Tirano Aguirre[xxviii]. Y los valles de Aragua, jardín de Venezuela, que visitó en compañía de Alejandro de Humboldt[xxix], y…

Las voces de dos discípulos amados, José Victorino Lastarria y Miguel Luis Amunátegui, despiertan al anciano con un respetuoso Buenas Noches.

Con voz húmeda de llanto les contesta el Maestro, y musita, balbuce como un niño, soñando acaso todavía, con versos dolorosos:

Naturaleza da una madre sola
Y da una sola patria...


Caracas, marzo de 1923


El texto está tomado del libro TERRA PATRUM del ensayista venezolano Luis Correa (1884-1940). Fue editado por el Ministerio de Educación, Dirección de Cultura y Bellas Artes en 1961. Me gustó el lenguaje utilizado por el autor y quise compartirlo. No sólo está bien escrito sino que contiene mucha información sobre la Caracas de la juventud de Andrés Bello que permitieron poner abundantes referencias al pie. Volveremos a Terra Patrum en otra oportunidad.


[i] Antonio Leocadio Guzmán: sagaz político liberal en la Venezuela del siglo XIX. En 1853 aceptó una misión como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Venezuela ante los gobiernos de Perú, Bolivia, Chile y Argentina. Esto ubica el envío del café a don Andrés Bello entre 1853 y 1855, cuando Guzmán cesa en sus funciones. Para el momento Andrés Bello tendría 73 años.

[ii]  En julio de 1810, Andrés Bello parte a Londres como Secretario y traductor de la delegación que envía la Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII para nunca más volver a su amada ciudad. Campo Alegre es último recodo del antiguo camino a La Guaira desde donde se puede divisar Caracas.

[iii] Los venezolanos no supieron apreciar el talento de Bello, quien aceptó la oferta del gobierno chileno. Allí floreció y dio lo mejor de sí este patriarca de las letras americanas.

[iv] Serranía baja al extremo este del valle de Caracas.

[v] Bucares y saucedales: los bucares (Erythrina Sp.) son árboles que dan sombra al café; durante la estación seca florecen en destellos color rojo fuego. Las riberas del Guaire estaban pobladas de sauces (Salix humboldtiana).
[vi] Petare, en efecto, está construido sobre una colina rocosa. Conserva en buen estado sus casas coloniales y su iglesia dedicada al Dulce Nombre de Jesús, que debió conocer Andrés Bello.

[vii] Los primeros cafetales establecidos con fines comerciales en Venezuela se plantaron en los alrededores del pueblo de Chacao. Fueb actividad de los padres Sojo, Mohedano y Blandín (o Blandain).

[viii] De esas casas señoriales queda La Estancia, casa grande de la antigua hacienda La Floresta.

[ix] IV Conde de Tovar, uno de los fundadores de la Venezuela republicana.

[x] Luis Felipe, Conde de Ségur París 1753-1830) Visitó Venezuela en 1783.  Fue Ministro Plenipotenciario de Francia ante la corte de Catalina II de Rusia, donde conoció a Francisco de Miranda.

[xi] La familia de Marqués de Ustáriz tenía una de las mejores bibliotecas de Caracas y sus tertulias eran una demostración de cultura y refinamiento.

[xii] Este párrafo recuerda el artículo de Arístides Rojas: La primera taza de café en el Valle de Caracas; un clásico de las letras venezolanas que comentaremos en otra oportunidad.

[xiii] El Sol de los venados, o de los araguatos, cuando la luz solar viste a Caracas de oro y amatista. Las más bella de las luces.

[xiv] General José Félix Ribas, héroe de la independencia. Fue fusilado en 1814, desmembrado y su cabeza, frita en aceite y adornada con un gorro frigio fue expuesta por las autoridades realistas a la entrada de Caracas, en el camino de La Guaira.

[xv] General Tomás Montilla, otro héroe nacional, de carácter afable y distinguido. Fue uno de los que acompañó a Simón Bolívar a la hora de su muerte.Arístides Rojas decía que T. Montilla era "de espíritu epigramático, carácter alegre y sufrido que supo siempre sacar partido de las más difíciles situaciones."

[xvi] Bello y sus compañeros toman el camino desde Petare a Caracas. La ruta aún existe son las avenidas Francisco de Miranda (hasta Chacaito) Abraham Lincoln (Boulevard de Sabana Grande), la Gran Avenida-Plaza Venezuela (desde donde divisarían a la izquierda el torreón de la Hacienda Ibarra, donde hoy se erige la Ciudad Universitaria de Caracas, Patrimonio UNESCO) se sigue por la Calle Real de Quebrada Honda o Boulevard Amador Bendayán, se gira un tanto al norte y se entra por la esquina de Venus y se continúa hacia la sede de la Cruz Roja Venezolana en Sarría. Más adelante está el puente sobre el Anauco y de allí la Calle Real de Caracas (esquinas de Alcabala, Cruz de Candelaria, Ferrenquín, Manduca, Romualda, Cují, Marrón, Madrices y Torre).

[xvii]  Estaba situado en la parte alta de Sarría, calle San Lázaro. El edificio fue construido para albergar la población de leprosos que deambulaban por el centro de Caracas, pero resultó tan lujoso que lo asignaron como vivienda campestre de los Capitanes Generales.

[xviii] Don Manuel de Guevara y Vasconcelos, capitán general de Venezuela entre 1799 y 1807. Su política fue de saraos, convites, cenas y jolgorios, para tener cerca a los criollos. Aún se conservan las listas de víveres y vinos de que disponía. Un verdadero gourmet. Guevara y Vasconcelos empleó al joven Andrés Bello como su secretario.

[xix] Ribas era aficionado al juego de cartas.

[xx] El Anauco era uno de los más bellos ríos de Caracas. Hoy es una cloaca infecta, embaulada en ciertas partes.  En sus riberas ya no residen las musas, ni se ve a Cloris ni a Filis entonar el dulce caramillo o corretear por sus vegas. Hoy es refugio de hampones y criminales que azotan a la otrora elegante Urbanización San Bernardino.

[xxi] Barrio tradicional caraqueño poblado entonces por españoles y canarios. La iglesia aún subsiste con un retablo colonial.
[xxii] Hoy Plaza Bolívar.

[xxiii] Esquina de la Torre, al pie de la Catedral de Caracas.

[xxiv] El convento estaba situado en la esquina de Carmelitas, donde hoy está el anexo del Banco Central de Venezuela.

[xxv] La casa de los Bello López  quedaba frente a la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes. En el convento de los mercedarios, muy niño aún, tuvo los rudimentos del latín. El lugar donde estuvo la residencia paterna lo ocupa hoy un anexo del Ministerio de Educación llamado La Casa de Bello.

[xxvi]  El templo de la Trinidad es hoy el Panteón Nacional. Fue construido por un alarife que recogía limosnas para la obra. La familia Bolívar contribuyó en ella y ejerció una especie de patronazgo, al igual que sobre la Capilla de la Santísima Trinidad en la Catedral de Caracas. El terremoto de 1812 destruyó el templo del que sólo quedó un arco con el escudo de España. Fue reconstruido en estilo neogótico que conservó hasta 1930, cuando se le hicieron reformas estilo Spanish Revival.

[xxvii] El Catuche era otro de los ríos de Caracas. En el siglo XVIII era sitio de paseos campestres. Hoy es una cloaca repleta de delincuentes. El samán aún existe, medio escondido entre el edificio de la Biblioteca Nacional y un viaducto. Ese árbol es hijo del ya extinto samán de Güere, alabado por Humboldt..

[xxviii] Se decía que el fantasma o espanto de Lope de Aguirre aparecía en el Samán de Güere. El Tirano Aguirre jamás pasó por Aragua.

[xxix]  Bello también acompañó a Humboldt en la escalada al Ávila, pero se quedó en Chacaíto.

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